martes, 2 de marzo de 2010

TERAPIA PORQUE SÍ.

Ya advertí en su momento sobre la posibilidad de plantar en este blog una crónica respecto a la obra que el pasado día 20 de febrero pudimos ver todos los olmedanos en San Pedro aunque, finalmente, sólo algunos la viéramos: LA TERAPIA DEFINITIVA, sobre las espaldas del buen Fernando Cayo. Un tipo educado hasta el extremo porque dio la bienvenida al público de la noche saludando a los espectadores individualmente, ya antes de dar comienzo el espectáculo.

A excepción del percusionista que lo acompañaba, Geni Uñón, nuestro viejo conocido Cayo (por ahí hay una entrevista que BYE le hizo a propósito del estupendo espectáculo que fue LA VIDA ES SUEÑO y que protagonizara este verano, dentro de nuestro festival clásico), a excepción del percusionista, digo, y de la importancia explícita de las luces, Fernando Cayo carga con la obra al completo: monólogo cómico-reflexivo y gestual en el que, para mi gusto, interactuaba más de la cuenta con el público. Y no es que lo hiciera mucho, es sólo que lo hacía: ¿se imaginan que los personajes de una peli salieran de sus pantallas para relacionarse con el público? ¿Se imaginan que los jugadores de fútbol intercambiaran pases de gol con los espectadores? Yo tampoco. Mejor cada uno en su sitio.

Sinceramente pienso que no es posible sacar ninguna conclusión filosófica a propósito de la obra, y pienso también que ni la obra(Cerebros verdes fritos; Jacobo Fo) ni la representación lo pretendían. Porque más allá de las buscadas paradojas que la vida tiene cuando se la analiza con cierta curiosidad y pretendido buen humor no hay nada, salvo un texto fino y difícil que el actor desarrolla y hace llegar hasta el público con soltura y oficio. Y con estilo propio. Cuestión esta última que me interesó nada más sentarme en la butaca: en esta Producciones Pachamama se advierte una intención personal que no fui capaz de desvelar y para lo cual quizá sea necesario ver alguna otra obra suya.

Lo mejor fue la viveza de un espectáculo sencillo que lograba, sin embargo, recrearse plásticamente, a través de gestos, luces y sombras, músicas y otros sonidos perfectamente coordinados con los movimientos de los personajes puestos en escena... y la posibilidad (imposible) de buenas fotos. Lo que se llama exprimir las posibilidades escénicas. Y todo ello unido a un texto perfectamente acompañado en su guasa por un Fernando Cayo que, según me pareció, estuvo comodín sobre nuestras olmedanas tablas. Al final, aplausos sinceros de un público que se divirtió con una obra que merecía divertir.

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